Si tratásemos de dividir cada sesión en intervalos, nos daríamos cuenta que a su vez cada uno de ellos contiene otra serie de fragmentos, en un bucle que se desplega como las matrioskas, hasta llegar a espectro de las propias emociones.
Digamos que podemos, simplificando, dividir una sesión en atado, movimiento/suspensión y desatado. A su vez la parte de atado, por ejemplo, contiene cada arnés o estructura que se efectúe, cada atado es la suma de todos los pasos que se siguen para crearlo, cada paso está compuesto de la tensión, el roce, el silencio, la respiración, todo en distintos grados de intensidad, imbuídos por el continuo brote emocional interior, que se sintoniza a cada instante con la persona que recibe las cuerdas. Así, el tiempo que dediquemos a cada elemento y sub-elemento, y también el espacio que ocupemos, es algo propio de cada momento y no puede determinarse antes de que suceda, tiene que leerse, tiene que venir desde la inspiración y la presencia, de lo contrario es muy difícil crear emoción.
Es todo un arte el dominar absolutamente este aspecto de la escena, y es una habilidad sin la cual la experiencia puede verse, tanto para le modelo como para le espectador, como algo falto de armonía, como subirse al coche de un conductor muy novato que va a trompicones todo el trayecto.