Fue rápido aunque durase un buen rato. Como un remolino de pocas palabras, sonidos a veces húmedos y profundos, tensión, presión, roces. Sumergida desde el primer momento en un salvaje juego de inducción, dos tejedores ávidos que me hacían sonar como un instrumento, dirigiéndome cada uno a su manera por un camino de sensaciones. Susurros de descubrimiento, de disfrute, de dolor, frenéticos.
La goma negra pasaba de ser suelo a techo, íntimo y oscuro y público. El mundo era una sola habitación por la que me arrastraba y flotaba mientras mi interior se escapaba por las rendijas, extenso, absorbiéndolo todo, emitiendo calor. Dicen que en la unión de opuestos sucede la creación.
Las marcas estimularon los recuerdos durante casi dos semanas en mi piel.